Bastaron unos metros de caminata para encontrar la primera señal de tragedia en el lugar: una cruz de madera, enterrada sobre el camino de arena amarilla, a pie de los surcos de caña de azúcar. Ahí ejecutaron hace poco a un sujeto, en el mimos sitio sus familiares marcaron el final, para llevarle flores y recoger su espíritu, comparten los lugareños.
Por Miguel Ángel León Carmona
Amatlán de los Reyes, Veracruz, 12 de abril (SinEmbargo/Blog Expediente).– El primer día de búsqueda de desaparecidos en Veracruz estaba por terminar. Fue cuando un chiflido se oyó más allá de los sembradíos de caña, a las orillas del Río Atoyac. Ahí, el grupo de rastreadores cercó un radio de 20 metros donde encontró un cartucho quemado calibre 20 para escopeta. Al lado, había un aparato sexual con argolla de acero que ensancha la cabeza del pene. Juntos, el arte del erotismo y la locura de asesinar presagiaron un cementerio clandestino.
El sacerdote de Amatlán de los Reyes, Julián Verónica, ofreció una oración por el grupo de la Primera Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas. Ellos le aseguraron que sería un día tranquilo, que apenas reconocerían terrenos. Sin embargo, las tierras veracruzanas parecían no soportar las ganas de vomitar sus muertos, pues ya esperaba a la gente con lúgubres señales.
Bastaron diez metros de caminata para que los buscadores descubrieran algo parecido a un bazar de la muerte: kilos de ropa marcados con sangre, en su mayoría tallas juveniles, que yacían sobre terrenos rojizos, junto a una cruz de madera en memoria de un ejecutado, explicaban los guías, voluntarios del pueblo amatleco.
Entonces, los mareos y la presión baja asediaron a una madre del colectivo Córdoba-Orizaba, cuando de entre los montones de trapiches revolcados, características físicas de su desparecido se relacionaron con el hallazgo. “No pude contenerme, al menos dos pantalones son de la talla de mi niño. Sé que es difícil que sean suyas, pero me aterra pensar que así lo vaya a encontrar”.
Ante el recibimiento altanero de los campos jarochos, el líder buscador de Iguala, Guerrero, dictó indicaciones, develando a la vez el significado de su colectivo, Los Sabuesos: “Comiencen a picar la tierra con sus varillas, cuando encuentren suelo removido húndanlas hasta donde se pueda, luego olfateen la punta de metal, si huele a carne podrida, entonces comenzamos a escarbar”.
A la mitad de los sembradíos otro líder seleccionaba su punto a indagar: un pozo de 20 metros de profundidad con un agujero donde se encontró el cadáver de Liliana Aguilar Sánchez el pasado 12 de abril de 2012. Según reportes periodísticos, fue víctima de violación. Los hechos acontecieron a 40 metros del objeto sexual hallado por los brigadistas nacionales.
Así transcurrirían cinco horas de búsqueda; bajo el insulto de 35 grados centígrados, refundidos entre cañaverales, a espaldas del ingenio San Miguelito, Amatlán, en la línea divisoria de Atoyac, Veracruz, pueblo donde el pasado 2 de agosto de 2013 policías estatales desaparecieron a 19 personas en cuestión de minutos. A la fecha no hay rastro de ninguno. “Ellos también son motivo de esta búsqueda”, asegura Ana Lilia Jiménez, integrante del colectivo Córdoba-Orizaba.
EL PUNTO DE BÚSQUEDA
Ante la falta de resguardo de la Policía Federal, Juan Carlos Sánchez, director del programa de Atención a Víctimas del Delito, anotaba en su libreta el peligro para las 50 personas buscadoras. Pero, a la vez, los representantes de la CNDH avanzaban metros y atestiguaban relatos y evidencias que insultan la razón de ser de su comisión: Los derechos humanos.
Se encontraban en el predio de La Pochota, llamado así porque en las ramas frondosas de sus árboles, de al menos 20 metros de alto, “colgaban a la gente que se portaba mal, a los malandros, desde hace 25 años” comparten los guías del sitio, voluntarios anónimos.
Fue entonces que Hortensia Rivas Rodríguez, presidenta de la “Asociación familias unidas en la búsqueda y localización de personas desaparecidas”, sacó de entre sus bolsas manojos de ajos, que machacados y untados a la altura de los tobillos sirven de repelente para las picaduras de víbora, ante la falta de botas protectoras y materiales especiales de búsqueda.
“Nosotros comenzamos a buscar con una pala y un pico. Con más valor que profesionalismo hemos rescatado a más de 140 personas enterradas en Iguala, Guerrero. Nuestros muertos están esperando a que cavemos hoyos como animales y los encontremos y los entreguemos a sus seres queridos”, comentaba Mario Vergara, líder de Los otros desaparecidos.
Y así la caminata inició, bastaron siete metros para encontrar la primera señal de tragedia en el lugar: una cruz de madera, enterrada sobre el camino de arena amarilla, a pie de los surcos de caña de azúcar, ahí ejecutaron hace poco a un sujeto, en el mimos sitio sus familiares marcaron el final, para llevarle flores y recoger su espíritu, comparten los lugareños.
El contingente avanzó otros 30 metros y halló ropa por montones; prendas de colores pasteles y otros encendidos; las tallas eran en su mayoría juveniles; unas encogidas por el fuego que posiblemente ardió y otras rasgadas por el tiempo o quizá por el deseo sexual de los agresores. Destacaba una camisa blanca, de una niña de 10 años tal vez, estampada de sangre color marrón y fresca, aseguraron los buscadores, quienes marcaban las coordenadas del lugar para olfatearlo con detenimiento al día siguiente.
“A mucha gente la desnudan antes de matarla y enterrarla, en terrenos como estos pasan cosas feas. Vamos a mentalizarnos, compañeros. No tengan miedo”, explicaba Julio Sánchez Pasilla, de Grupo Vida, de Coahuila-Los Cascabeles.
Una vez instalados frente a los campos de sembradíos, una hilera de personas, de al menos 30 metros de ancho caminó al mismo ritmo, esculcando con palas y varillas la tierra hasta encontrar suelos flojos que pudieran ser la cúpula de tumbas clandestinas.
“Pongan mucha atención donde van caminando, fijen su mirada al suelo y busquen pedazos óseos, olvídense de ir jugando con el compañero, porque un hueso puede salvar a una familia. Muchas veces los malosos cuando entierran a sus víctimas están borrachos o drogados y hacen mal su trabajo, hacen hoyos muy poco profundos por la misma flojera, así que tenemos esperanzas” apuntaba Julio Sánchez.
Las madres y padres comenzaron a perforar hoyos, quien los viera a lo lejos, pensaría que se trata de jornaleros, regando semillas para cultivar algún fruto de la zona. No obstante, se trataba de familias que hurgan en los suelos para hallar a sus muertos;" un brazo, una cabeza una pierna, lo que sea pero encontramos”, aseguran los buscadores.
Las compañeras de colectivos se dan ánimos para seguir caminando; basta con gritar el nombre de sus hijos para que sin pensarlo continúen con la búsqueda. Entonces asisten al segundo punto de rastreo: un pozo de cimientos arruinados por el tiempo. Los compañeros sostienen con reatas a uno de los buscadores para indagar en las verduscas profundidades.
Sin embargo, el que indaga 20 metros bajo tierra, advierte mediante gritos, que apesta allá abajo, que además hay pedazos de tela grisácea y que pudiera tratarse de un indicio. El hombre al salir advierte que necesita una herramienta parecida a un ancla para desenclavar un objeto blando en el interior aprisionado por rocas.
“No sé si sean prendas o alguna cosa peor, pero veremos la manera de drenar el pozo y si no, me sumerjo en las aguas, sólo me cubro la cara para evitar una infección”, comparte sin miedo y sin vacilar uno de los buscadores de Iguala.
Entonces, Aracely Salcedo, ante la movilización de la gente que le brinda asesoría, advierte: “Cuándo va a hacer algo como esto la Fiscalía, son personas que no les importa nuestro sufrimiento, cuándo alguien de ellos iba a considerar siquiera meterse al pozo”.
Las palabras de protesta también las registraron los comisionados de la CNDH, quienes por momentos perdían la figura representativa y asumían un papel colaborativo, solidario. Unos animaban a las madres a seguir buscando, mientras otros tiraban de la reata para detener al buscador de la profundidad de los pozos.
Los comisionados también atestiguan una historia relacionada con el hoyo donde indagan, y mientras sostienen con fuerza a la persona de las profundidades, prestan atención a la historia; en abril de 2012 los restos de Liliana Aguilar Sánchez, esposa de un trabajador del Ingenio de San Miguelito, fueron hallados en el pozo al que ahora los buscadores se adentran.
Llevaba tres días de desaparecida, el cadáver fue hallado por su esposo y vecinos, luego de una ardua búsqueda que se prolongó durante varios días. Con base en una nota publicada en El Mundo de Orizaba por Érik Cruz, “la necropsia indicó que la muerte de la mujer fue por traumatismo craneoencefálico”. Mientras que, según informadores del lugar, a la mujer de 37 años la mataron de palazos en el cráneo.
Y así las horas avanzaban y el atardecer provocaba cada vez más sombras en los campos de riego. Fue cuando la prensa comenzó a retirarse, cuando las madres acudieron a los carros a recuperar fuerzas para el día siguiente. Unos cuantos permanecieron en la zona más apartada del lugar, aferrados a ubicar indicios; estaban a nada de lograrlo.
“LAS BÚSQUEDAS REQUIEREN PACIENCIA”
“No desesperen, compañeros. Las búsquedas así son, a veces son kilómetros sin encontrar nada, otras incluso te tropiezas con los huesos de los nuestros”, fueron las palabras de Mario Vergara. Entonces resonó un chiflido a unos cien metros del lugar donde se daba la plática.
“Encontraron indicios, ya están cercando el área”, dijo apuntando a la zona peinada por los buscadores. Al sitio lo rodean los escasos árboles sembrados en el área, se aprecian rastros de fogatas y marcas de llantas de camionetas de gruesa rodada.
Más adelante, pegado al Río Atoyac, en un pequeño barranco, se encuentran resguardadas dos evidencias: un cartucho quemado calibre 20 para escopeta, marca Águila, al lado de un aparato sexual, en forma de calzón de cuero con una argolla de acero que ensancha la cabeza del pene. La imaginación de las madres causa llantos quedos. El arte del erotismo y de asesinar, juntos, presagiaron un cementerio clandestino.
Fue lo último en el día, para entonces eran las 19 horas, había indicios y sobraba el deseo de las madres por encontrar a los suyos. Regresarán ahora con más herramientas, con más horas para buscar debajo de la tierra, de los pozos, dispuestos a nadar entre aguas con aroma a muerto si es necesario.
El padre Julián Verónica, en su bendición al grupo, deseó éxito en la búsqueda, lo que equivale a encontrar muertos putrefactos, restos óseos o fosas clandestinas, tal es el resultado que las madres buscan; la muerte en sus peores finales, paradójicamente, aquello les devolvería un alivio.
“Las torturas en nuestras cabezas terminarían, honraríamos a nuestros hijos por siempre”, dicen.
AMENAZAS
"Recibimos una llamada avisando que al punto que vamos es un lugar caliente, un tiradero de cadáveres. Aparentemente la gente mala ya se está movilizando. Vamos a ir, pero que quede bien claro que responsabilizamos al gobierno de lo que nos pase".
Declaró Mario Vergara, líder de la Primera Brigada Nacional de desaparecidos en Veracruz, advirtiendo que no habrá marcha atrás en su rastreo, que en menos de una hora acudirán al sitio llamado Las Barrancas, en el municipio de Amatlán, Veracruz.
Cabe señalar que van tres días de búsqueda y hasta la fecha los brigadistas siguen sin ser resguardados por autoridad alguna.
Los mismos miembros de colectivos, comparten que la llamada fue anónima al número de uno de los líderes brigadistas. "No fue tal una amenaza, pero alguien ya se sintió incómodo con nuestra búsqueda, no pensamos detenernos" aseguró Mario Vergara, rastreador de los Otros Desaparecidos de Iguala, Guerrero.
Finalmente los integrantes avisaron a la prensa que quien asista al punto lo hará bajo su propio riesgo. "Saben que estamos en Veracruz y aquí a ustedes tampoco los quieren, quien decida acompañarnos, que Dios nos acompañe. Por nosotros no se preocupen que ya estamos muertos en vida desde que desaparecieron a nuestros familiares".